lunes, 29 de agosto de 2022

A punto de cumplir 60 años

A punto de comenzar el curso en el que voy a cumplir 60 años, se suscitan en mí una serie de reflexiones que me apetece poner por escrito.

En el Génesis se dice que el séptimo descansó, por eso, cuando estoy cercano a acabar mi sexto día, veo en el horizonte que a lo largo de la siguiente década me llegará el momento de jubilarme y de descansar de tantos años de trabajo. 

A mi edad, tanto mi padre como mi suegro ya llevaban años alejados de sus empleos por sendas enfermedades graves, y terminaron su vida laboral tras la concesión de la incapacidad absoluta. De no haber sido así, se habrían jubilado a los 65 años, como ha sido durante décadas en este país, hasta que la fatal reforma de las pensiones acordada entre Rodríguez Zapatero, la CEOE, UGT y CCOO, la retrasó a los 67 años. No sirvió de nada que muchos hiciéramos huelga contra ello el 27 de enero de 2011, pues aquí los sindicatos estatales no son como en Francia, donde las huelgas masivas impidieron retrasar la jubilación más allá de los 62 años.

A lo largo de la vida, nuestra autopercepción a futuro, nos ha ido marcando unas etapas de infancia, juventud y madurez, pero también de jubilación y vejez, hasta llegar a la muerte. Los expertos que estudian la longevidad de cada especie, han establecido que la del ser humano son unos 70 años, más o menos, aunque la esperanza de vida en las últimas décadas se ha prolongado artificialmente debido a los cuidados de todo tipo.

Con esa idea previa, corroborada por la longevidad efectiva de mis antepasados más cercanos, padre, abuelos y abuelas, hace tiempo que vivo la llegada de esta etapa como un momento importante en mi vida, con plena consciencia de que va a suponer un cambio importante.

Después de unas vacaciones reparadoras, aún conservo el gusto por retomar el trabajo de un nuevo curso, con retos y proyectos por desarrollar. En 4 meses seré de nuevo candidato, por tercera y última vez, a delegado sindical en mi empresa, lo cual me llena de orgullo y me carga de legitimidad para la tarea. Pero a la vez tengo claro que, cuando acabe el período unificado de elecciones sindicales del curso que comienza, se abrirá la etapa en la que terminaré mi vida laboral, que con las actuales condiciones, y dados mis abundantes años cotizados, será cuando cumpla 65 años y medio, o antes si se mantiene en mi sector la jubilación parcial anticipada y acumulo el cumplimiento de jornadas de trabajo.

Hace tiempo que en ocasiones me planteo qué haría si tuviera que jubilarme ya, como los funcionarios de pata negra que lo hacen a los 60 años, y me vienen a la mente muchas ideas, y algunos miedos e incertidumbres. También respecto a mi actividad militante de tantas décadas, hace tiempo que creo que tiene que llegar la hora de una cierta jubilación. Recuerdo un chiste de hace muchos años, que se me quedó muy grabado, donde un militante decía: "luchamos por una sociedad sin clases", y otro añadía: "y sin reuniones". Siempre he pensado que, aunque tanta dedicación a la militancia me ha aportado mucho en mi vida, también ha supuesto un gran sacrificio, y siempre he aspirado a que llegue una etapa donde ya no me reúna más en tantas plataformas de compromiso, y descanse. Nunca me ha atraído imitar a algunos eternos militantes de mi entorno que, sin solución de continuidad, mantienen su actividad hasta las puertas de la muerte. Incluso en términos cristianos, tras una larga vida pública, ansío, dándole la vuelta a las 2 etapas de Jesús de Nazaret, con poder emprender una etapa final de vida retirada y sencilla. 

El vértigo que en ocasiones siento ante el posible horror vacui de no tener nada que hacer, en ocasiones me inspira la expectativa de actividades asistenciales donde pueda aportar y recibir un contacto humano. No quiere decir que vaya a estar cerrado a lo estructural o transformador, si es que soy requerido por mi experiencia o capacidad, pero tantos años en ese tipo de compromiso, en diferentes etapas y ámbitos, como el juvenil, intraeclesial, político, cultural, sindical, con tantas decepciones respecto a los distintos instrumentos y tan pocos logros efectivos, pues "siervos inútiles somos", hacen que resulte atractivo pasar a otra dimensión.

Si me toca en suerte ser abuelo, estoy seguro que disfrutaré sobremanera de esa experiencia, para la que también tendré que estar disponible. Supongo que tener por fin tiempo para visitar sin prisas ni urgencias a familiares o a amigos, entrar en exposiciones o asistir a espectáculos, o cultivar facetas siempre pospuestas, será muy satisfactorio.

Sentir por primera vez desde que salí de la Universidad, que a partir de un cierto día voy a recibir un sustento económico vitalicio, no condicionado a la venta de mi fuerza de trabajo presente o futura, tiene que ser muy tranquilizador, y habría que plantearse extenderlo a toda la población con un mínimo vital universalizado.

En cuanto a cuál va a ser la duración de esa etapa, hay un creciente clamor que empieza a sonar y que tira por tierra mis cortas previsiones, hablando de una prolongación de la vida humana mucho más allá de los 100 años. En el libro que acabo de leer de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, titulado "La muerte contada por un sapiens a un neandertal", que a mí me ha parecido más un relato sobre la inmortalidad, se habla de la posibilidad de suprimir muchas causas internas de la muerte, las puramente estructurales, y eliminar las causas externas, los accidentes, etc. Para esto no estoy aún preparado, ni creo que lo estemos la mayoría. Eso haría que viera todo lo dicho de otro modo muy distinto.

Pero aún tengo 59 años, y pasado mañana acabo mis vacaciones de verano para comenzar un nuevo curso, por lo que todo eso aún no es inmediato, ni mucho menos. Pero me apetecía comentarlo.

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