martes, 19 de abril de 2022

40 años de militancia cristiana

La Pascua Juvenil a la que acudí en 1982, cuando tenía 19 años, ha estado muy presente en mis interioridades durante éstas últimas semanas, y especialmente durante esta Pascua de 2022 que acabamos de celebrar, porque fue el inicio de mis 40 años de militancia cristiana que ahora se cumplen.

En aquella época eran frecuentes ese tipo de celebraciones dirigidas específicamente a jóvenes, pero hasta ese año yo nunca había acudido a ninguna, aunque sí era lo que se considera un cristiano practicante. Los motivos que me llevaron a cruzar el Rubicón (nunca mejor dicho dadas las implicaciones que ese paso supuso en mi vida) fueron diversos: varios amigos míos ya habían acudido a la pascua anterior y se habían enganchado en un grupo juvenil, el triduo estaba abierto a cualquier joven interesado/a; y sobre todo, yo había llegado a un punto que necesitaba algo más en mi vida y lo buscaba. ¿Lo habría encontrado? Pensé que no perdía nada por probar, y acudí.

No digo que me sentí cómodo desde el primer momento, pero la continuidad en un grupo juvenil que me acogió en sus reuniones semanales desde la Pascua hasta fin de curso, las convivencias que tuvimos en Tirapu antes de los sanfermines, y el enganche en ese grupo desde el curso siguiente, me resultaron, en conjunto, la respuesta a lo que en mi interior llevaba tiempo buscando.

Las personas son siempre importantes, más allá de las organizaciones, y en aquel momento para mí lo fueron sobre todo dos: un cura y una militante veterana. No eran los agentes pastorales a las que un joven como yo estaba acostumbrado, pues en mi etapa colegial había conocido a frailes muy "de orden", más bien de derechas, nada relacionados con el universo vasco...Este universo, que para mí se había limitado siempre a lo familiar, en mis estancias de niño en Urdax, o en las visitas a mi casa en Pamplona, de los familiares de mi madre (con la que hablaban exclusivamente en vasco), de repente trascendía lo familiar-rural para tener una presencia en unas celebraciones pascuales en plena ciudad, junto a la Catedral, con cantos, "gure aita", peticiones...en euskera.

Era algo que nunca había visto, pues aunque de niño  había sido monaguillo en Urdax junto a mi primo Txomin, en unas misas exclusivamente en euskera, en la ciudad nunca había oído una palabra en euskera ni en mi parroquia, ni en ninguna otra iglesia, ni en el colegio. Por primera vez tomaba contacto con unos grupos donde el euskera era valorado como un componente de toda Navarra, no de una zona exclusivamente, y era usado en celebraciones donde la mayoría de las personas asistentes no eran euskaldunes pero valoraban lo vasco.

Por si fuera poco, había otro componente que no me resultó tan evidente desde el primer día, pero que enseguida cambió mi perspectiva como cristiano: el Jesús histórico pasaba a tener una centralidad a la hora de entender la figura del Jesucristo que siempre había conocido en casa, en el colegio o la parroquia; su conflicto con el templo y las autoridades del momento le habían llevado a su trágico final, y la resurrección posterior había resituado todo el relato de la comunidad de sus seguidores/as.

A mis 19 años había entrado en contacto con el aggiornamento del Concilio Vaticano II, a través de unos agentes pastorales que mantenían viva la llama de dicho acontecimiento eclesial, desde una opción por los pobres, una opción de pueblo vasco y una pertenencia a los movimientos juveniles de Acción Católica (AC); no de la tradicional, sino de la relacionada con la crisis de dichos movimientos y con la teología de la liberación, cuyos ecos latinoamericanos nos llegaban.

Nunca agradeceremos lo suficiente, su labor, a esos curas que pasaron de la sotana a la ropa de civil, superaron su formación tradicionalista de un seminario al que entraron con 11 años, y se actualizaron al hilo del Vaticano II que convocó el papa Bueno, asumieron ellos también el conflicto de Jesús y arriesgaron por el Evangelio, trabajando incansablemente en sus parroquias, movimientos y comunidades. En concreto el cura al que me refiero aquí, siempre ha estado disponible para atender a los grupos, al principio juveniles, y después de adultos/as, en innumerables reuniones, convivencias, campamentos, celebraciones de todo tipo, mucho más allá de la edad razonable de jubilación, que nunca le ha llegado.

Y junto a él, también tenemos que agradecer la labor incansable de tantas/os militantes de los movimientos de AC que se comprometieron por un mundo mejor y por construir una comunidad eclesial pueblo de Dios, en nuestra diócesis y en otras del Estado y de más allá de las fronteras.

Animados/as por personas así, los grupos juveniles eran ámbitos, en primer lugar de encuentro consigo mismo/a y con el grupo, y a la vez ámbitos de crecimiento personal, formativo, espiritual, de análisis y compromiso. Yo encajé perfectamente en cuanto tuve un rodaje en el grupo, y forjé mi proyecto de vida convirtiéndome en un militante cristiano a lo largo de varias décadas, que ha pasado por muchas etapas, distintos movimientos de AC, variados campos de acción y numerosas plataformas de compromiso de todo tipo, además de diferentes tareas intraeclesiales.

Lo que sí creo poder afirmar, es que desde aquella pascua juvenil dejé atrás una vida sencilla de niño y joven, y me enredé en una vida de militancia cristiana, que primariamente ha sido eso, y que inevitablemente ha sido también militancia socio-cultural, política y sindical, a lo largo de los últimos 40 años de mi vida. La Revisión de Vida ha sido el eje de la espiritualidad de la que nuestra militancia se ha alimentado, en un grupo que, con bajas e incorporaciones, lleva 40 años reuniéndose semanalmente, analizando la realidad, haciendo lectura creyente de la misma, proponiéndonos acciones transformadoras, desde un movimiento de AC y con arreglo a un Proyecto-Utopía de Sociedad, Persona e Iglesia. Por estas claves ha transcurrido en este tiempo mi vida personal, de relaciones, familiar y profesional, condicionándola y enriqueciéndola.

Era la efeméride y me apetecía contarlo.

* Veo esta noticia hoy, año y medio después de escribir esta entrada:

https://www.vidanuevadigital.com/2023/11/22/el-franciscano-javier-garrido-condenado-por-la-iglesia-a-dejar-todo-ejercicio-ministerial-y-pastoral-por-abusar-de-dos-religiosas/ 

y me veo obligado a eliminar de la entrada, las últimas líneas del penúltimo párrafo, que decían: "Parafraseando a Javier Garrido, diría que con todo esto, no he llegado a ser santo ni mediocre, quizá simplemente "mediano", alguien que intenta seguir a Jesús de Nazaret, con múltiples fallos y defectos".

Y al respecto quiero añadir este comentario en este pie de página: Es tremendo comprobar hasta dónde se extendió el machismo y el clericalismo que llevó a tantos curas a abusar de otras personas. No conozco personalmente a Javier Garrido y nunca fui a sus cursos de personalización de la fe, por los que ha pasado gran parte de la feligresía progresista de Pamplona, que hoy se sentirá aún más dolorida por el sufrimiento de las víctimas y por ver hasta dónde ha llegado este problema de los abusos. Sí he leído alguno de sus libros, como el que cito aquí, pero ahora cambia mi visión para mal. Joxe Arregi nos dice en su blog: "no en nombre de Dios"