miércoles, 9 de agosto de 2017

Lo religioso en la fiesta, no por tradición

Ante la no participación de algunas autoridades en celebraciones religiosas, se está empezando a apelar a la tradición por parte de quienes quieren que dichas autoridades asistan a los citados oficios. Personalmente comenzaré diciendo que yo sí asisto a celebraciones religiosas, pero jamás lo haría por tradición.
Quienes participamos en ellas con una frecuencia semanal y en otras ocasiones importantes, nos reunimos con una comunidad que cree en la presencia de Dios en medio de ella y de la sociedad, y da gracias por ello. En el fondo, una auténtica fiesta, aunque las formas a veces no lo trasluzcan.
También  lo son, cómo ponerlo en duda, las fiestas que cada pueblo o ciudad celebra al menos una vez al año, dejando a un lado el trabajo, las tensiones, divisiones y enfrentamientos, y disfrutando del encuentro entre diferentes, la espontaneidad y el jolgorio tan necesarios.
En la sociedad plural en la que vivimos, felizmente superado el nacionalcatolicismo, cada vez tiene menos sentido mantener las fiestas de un modo tradicional, como si nada hubiese cambiado. Lo que siempre permanecerá es la necesidad de festejar de toda comunidad, pero los motivos y los ritos irán cambiando, como es natural. Decía el antropólogo José Antonio Jáuregui Oroquieta que San Fermín es el Totem de la Tribu navarra, y en mi opinión los cristianos no deberíamos patrimonializarlo, sino que tendríamos que facilitar la laicidad, sin invadir el espacio común plural, tan valioso.
Las autoridades también deberían promover el laicismo y ser neutrales, valorando las aportaciones de las distintas confesiones sin utilizarlas partidistamente (a veces causa rubor ver en ciertos actos religiosos a personajes que no los visitan más en todo el año).
Está claro que el futuro de la fiesta en nuestra sociedad está por construir con nuevas bases y creatividad, y que sería compatible hacer un desfile cívico plural con cabida para la tradición, así como actos religiosos de la comunidad cristiana sin presencia de autoridades, salvo a título personal como un fiel más.
En mi infancia nunca viví en casa un espíritu de tradición respecto a la fiesta. En una cierta analogía con nuestros convecinos migrantes venidos de otros países, mis padres, que no eran PTV (Pamploneses de Toda la Vida), sino provenientes del éxodo rural navarro a la capital, no nos acostumbraron a participar en las vísperas ni la procesión, ni a visitar a un santo morenico que probablemente no existió nunca. Pero eso sí, como creyentes convencidos, nunca dejaron de llevarnos a misa los domingos y fiestas de guardar, transmitiéndonos el testimonio de lo auténtico de la fe en su vida diaria, a veces difícil de percibir por los envoltorios folclóricos y ceremoniales.
Desde mi juventud sí que asisto siempre que puedo a la procesión, sobre todo como espectador del fenómeno sociológico tan plástico que supone dicho acto, y sin apenas fervor religioso alguno, que siempre lo he tenido centrado en Jesús de Nazaret. Creo que seremos muchos los cristianos que estaríamos abiertos a reformular unos sanfermines del siglo XXI.


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