Quienes nacimos durante la Guerra Fría, vivimos décadas con el temor a la guerra termonuclear, y vimos la evacuación y el confinamiento de regiones enteras tras el desastre de Chernobyl en 1986 y de Fukushima en 2011. Pero nunca nos imaginamos que un día nos veríamos en esa situación por una pandemia y un mundo no preparado para responder a ella.
La experiencia de permanecer semanas confinados en casa, va a marcar a toda una generación de jóvenes que ahora van a caer en la cuenta de las consecuencias, en sus propias vidas, de las políticas neoliberales de Milton Friedman aplicadas desde los tiempos de Tatcher y Reagan, tras la crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado. Entre aquella y la de 2008, muchos no fueron conscientes de que quienes provocan las crisis las aprovechan para profundizar aún más en el desmontaje de los restos del Estado del Bienestar, cuyo origen estaba en los años dorados (1950-1973), posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y que servía de freno ante la opción de un sistema alternativo representado por el bloque comunista, que duró hasta 1991.
A mí, esta situación de confinamiento, y la crisis que se nos avecina, me coge mucho más preparado que la de 2008, más politizado, encuadrado y experimentado en una organización sindical de contrapoder, movilización y militancia activa. Ya sé que no es así para mucha gente, pero confío en que la inteligencia de muchos, les haga ver a lo largo de tantos días de reclusión, que la solución a esto no es solo ni primordialmente un asunto de solidaridad entre ciudadanos, sino sobre todo una cuestión de fortalecer la protección y la organización pública. Tengo esperanza en que muchos de ellos reaccionarán como tantos otros lo hemos hecho ya.
Los primeros años 2000 me cogieron absorbido por las tareas de crianza, centrado sobre todo en la familia y la labor profesional, aunque siempre conservando el rescoldo del espíritu militante que tanto había desarrollado en mi juventud. Un lustro antes de que Stéphane Hessel entonara su "Indignez vous!" yo ya me había indignado por la marginación a la que el Régimen navarro sometía a la comunidad vascoparlante y a la cultura vasca, como si fueran responsables de que hubiera un MLNV que apoyara el uso de la violencia con fines políticos.
Hasta que en 2011 estalló el 11-M, yo me había implicado ya en la defensa de un sistema educativo que asumiera las dos lenguas de navarra y su cultura, abierto al mundo pero sin caer en el colonialismo lingüístico del inglés, que desde finales de los 90 había empezado a ser utilizado como banderín de enganche, para disuadir del euskera a una población que desde los 80 lo incorporaba a su vida progresiva y crecientemente. Reflejo de mi postura, en 2008 publiqué con una compañera un artículo en "Berria" y en "Diario de Noticias", y en 2009 otro en este último medio, primeros de una larga lista.
En esos años me interesé por el instrumento político que a la larga fue fundamental para acabar con la Navarra de los quesitos, la coalición NaBAI, a la par que la alarma ante la crisis económica me llevó a participar en el "Colectivo Oportunidad", que luego se llamó Dale Vuelta, muchos de cuyos personajes destacados se implicarían posteriormente en Podemos, clave para el gobierno del cambio que acabó encabezando Geroa Bai entre 2015 y 2019.
Los salvajes recortes en educación, la mercantilización de la misma que trajo la LOMCE, así como el inglés vehicular en mi propio centro, me llevaron a un mundo para el que nunca había pensado que tuviera dotes: el campo sindical. Sin embargo, tras un año de implicación y asistencia a reuniones sindicales de mi sector de enseñanza concertada, en 2013 ELA me planteó liberarme para el mismo, y en ello sigo. Durante estos 6 años me he dedicado a intentar aglutinar al sector, empoderarlo, darle vuelta a los recortes y dignificar las condiciones laborales. El artículo de opinión que me publicó la prensa el pasado día 13 de marzo es el último de esa larga etapa de consecuencias de la crisis de 2008. Al día siguiente, el 14 de marzo, ya estábamos en estado de alarma y confinados por tiempo indefinido, y en puertas de una nueva crisis económica global.
Pero ya no va a ser como la anterior, no puede serlo. El coronavirus ha puesto en evidencia las fallas sistémicas de la globalización, el problema es el mismo sistema que hemos creado y sostenido, que no está centrado en la vida de las personas (tampoco del planeta) y por lo tanto no dispone los medios colectivos para sostenerla y darle plenitud, organizando la economía y la política desde bases totalmente renovadas. El confinamiento de la totalidad de la población nos va a hacer reflexionar, y cuando acabe hay que emprender una nueva etapa de activismo transformador. Si no estamos perdidas/os, lo estamos viendo cada minuto de este encierro interminable, que no va a salirle gratis al sistema, ¡seguro!.
Que rico es leerte... 🧡
ResponderEliminarGracias
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