Ayer soñé una distopía positiva. No diré que fue utópico (ou-topos=sin lugar), porque hay países que tienen algo similar, pero fue agradable.
Me dormí repasando la jornada, que había sido intensa, con una movilización unitaria de todos los sindicatos de enseñanza de Navarra, reclamando que se prepare bien para septiembre una "vuelta a las aulas segura, acordada y de calidad". La víspera me había reunido telemáticamente con los representantes de todas esas organizaciones, y a continuación con los de mi sindicato, a los que propuse compartir a modo de tormenta de ideas, cómo imaginábamos cada una/o esa vuelta de septiembre. Al acostarme ayer, seguí dándole vueltas, y soñé con ello:
El miedo a un rebrote de la pandemia persistía, y más ante la proximidad del otoño, pero la actividad era frenética para ponerlo todo a punto. No se escatimaban medios. Se habían reabierto los viejos colegios abandonados del Sagrado Corazón de Etxabakoitz, Maristas, José Vila, San Miguel de Aralar y tantos otros, y los centros que desde hace años tenían una línea nada más, no daban abasto a pintar las aulas y adecentar los baños sin uso. No en vano, iban a acoger a tantos grupos de estudiantes que se habían desdoblado, para poder compatibilizar la docencia presencial con la suficiente distancia física contra el contagio.
Miles de docentes recién contratadas/os preparaban sus clases y se coordinaban con quienes hasta ahora habían tenido el doble de ratio por clase. Por fin íbamos a tener un número de alumnas/os por aula similar al de los países más avanzados, algo bueno tenía que haber traído el coronavirus. Por la tele decían que al igual que en Madrid habían instalado un hospital en IFEMA, si era preciso se instalarían aulas en Refena, el Arena o en patios de colegios o plazas de pueblos, donde se viera más conveniente. Desde el mismo mes de mayo era evidente que estaba moviéndose el tema, con una actividad sin descanso, en la que colaboraba hasta la UME.
Los que habían criticado el dispendio diciendo que no había dinero, se habían tenido que callar cuando se paralizaron las obras del TAV en la Ribera y se había decidido gastar todo ese dinero en esto. Si las pandemias habían venido para quedarse, la escuela de calidad también tenía que venir para quedarse. Los planes de reactivación de Navarra ya preveían la estabilización de todas esas obras y edificios a medio plazo, en los años sucesivos. Si se había decidido llegar al mismo número de camas de hospital, UCIs y equipos de atención primaria por habitante que los países punteros, publificando los servicios básicos y esenciales, también se veía imprescindible equipararnos en educación a quienes habían hecho eso hace un siglo y medio en Europa.
De repente un alumno levantó la mano y cuando le pregunté qué quería dijo: "el curso pasado tuve miedo de que mi contacto con los compañeros y profes iba a ser ya siempre on line, y yo quería venir al colegio".
Me desperté con una sonrisa emocionada.
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