domingo, 30 de septiembre de 2018

Misas de verano


Este domingo último de septiembre, en que he regresado a las misas del curso, quiero escribir una reflexión que me ha rondado todo el verano, sobre las misas del tiempo vacacional. En la sobremesa de una cena con un teólogo en junio pasado, nos decía que la misa semanal es algo a desaparecer, que existe desde el Concilio de Trento, que antes no se daba, pues era más esporádica. Respecto a los hijos de familias cristianas que no van a misa, dijo que van por la autopista del cristianismo, pero que no podemos criticarlos porque no paren en las áreas de servicio. Aunque nací en pleno nacional-catolicismo, fui a colegio religioso y en aquella época toda la cuadrilla de amigos íbamos a misa, hace tiempo que en los templos veo a muy poca gente, y de edad avanzada. Hace muchos años que no lo vivimos como una obligación, pero para mí sigue siendo un espacio de alejamiento del mundanal ruido y sobre todo de encuentro, que me sirve al volver a lo cotidiano.
Desde que las vacaciones pagadas fueron conquistadas por la clase trabajadora, quienes tenemos un empleo procuramos desplazarnos en verano a algún sitio a una cierta distancia de nuestra realidad cotidiana y que nos ponga en contacto con otras gentes, paisajes o lenguas.
Una forma de participar con la gente de cada lugar en un acto conjunto, en su lengua distinta a la nuestra, pero a la vez sintiéndonos en común-unión, es ir a misa. Es algo que en verano tiene un sentido especial cuando es lejos de casa.
Si en veranos pasados he asistido a eucaristías en Alemania, Francia, Italia, Grecia, Portugal y casi todas las comunidades autónomas españolas, este verano he tenido la oportunidad de hacerlo en Francia y en Cataluña, además de en un pueblo del Pirineo navarro.

Junto a esos sentimientos positivos que he señalado, en ocasiones me ha envuelto una sensación negativa ante algunas circunstancias que no esperaba encontrar y que no me han gustado. Cuando a comienzo del verano me desplacé a una localidad del Pirineo, me acordé del célebre sacerdote navarro Jesús Equiza y del libro que escribió en 1999 "La eucaristía, ¿privilegio del clero o derecho de la comunidad?". Ahí estaba reunida una comunidad cristiana rural, pero venía a presidir su asamblea dominical un sacerdote africano de talante muy conservador, que centró la homilía en la condena del aborto, asunto que nada tenía que ver con las lecturas. Además, a la hora de comulgar, me tocó ver cómo no le daba la hostia consagrada al pobre niño que me precedía, hasta que éste no le contestó "amén", entre sorprendido y nervioso. Siguiendo a Equiza, cuyo libro fue prohibido por el arzobispo Sebastián, pero que precisamente por eso tuvo una gran difusión, yo creo que aquella  comunidad cristiana, como cualquier otra, tiene derecho a tener un sacerdote  o sacerdotisa propia, y ese derecho tiene preferencia sobre la ley del celibato obligatorio. Sin embargo siguen pendientes reformas tan importantes como esta en la Iglesia católica, esperemos que por poco tiempo.
En un pueblecito de Francia donde he pasado unos días de camping, el cura era autóctono, pero en varias ocasiones dejó muestra de su talante clerical. Antes de comenzar la eucaristía, los fieles que llenaban la iglesia aprovechaban ese momento de encuentro semanal para charlar animadamente, hasta que el sacerdote, que había estado en la puerta del templo saludando a cada fiel según llegaba, elevó la voz para reprochar esas conversaciones en la iglesia, donde según él sólo cabía el rezo.
Hoy son pocos los jóvenes que asisten a misa, la mayoría de ellos muy conservadores al menos en sus formas, pues se arrodillan, comulgan en la boca e inclinan la cabeza ante quien deberían ver como un Abba (papá). También son ya pocas la familias que van juntas a dicha celebración, y en ocasiones se ve a algunas que traslucen un talante una tanto sensiblero, permaneciendo abrazados o dando mutuas muestras de cariño durante los momentos más intensos de la eucaristía. No me deja de sorprender.
Oír la misa en francés, alemán, italiano, gallego, o como tantos años en mi vida en catalán, ayuda a sentir la universalidad de la fe y a gozar de los cantos, los acentos y las entonaciones. Además es una oportunidad única de participar en un acto con la población del lugar.

Hoy he vuelto a esa misa tan peculiar del ensanche de Iruña, con cantos en euskera, repleta de gente y con un cura a la altura de los tiempos que vivimos. Hemos oído llamar "botarate" a ese obispo de Alcalá que se ha rebelado contra el papa Francisco, nos han anunciado una charla sobre la Eutanasia y Hans Küng, pero sobre todo hemos vuelto a sentir que los tres cuartos de hora que hemos estado ahí han sido como una ascensión al monte para tener un auténtico encuentro.