sábado, 8 de febrero de 2020

La deseable solvencia en la clase política

Esta semana me ha tocado entrevistarme con varias personas que se dedican a la política, y he salido con un ansia de mayor solvencia, que echo de menos en bastantes de esas personas.
Desde que me dedico a la labor sindical, mis entrevistas con cargos públicos suelen ser para explicar una realidad necesitada de mejora o reivindicar la reversión de recortes o la superación de agravios comparativos.
Cuando dichos cargos son afines a mi ideología o posicionamiento en el eje derecha-izquierda, es cuando más me ha dolido esa insolvencia, que el diccionario de la RAE  define como "capacidad de cumplir una obligación, un cargo, y más en especial, capaz de cumplirlos cuidadosa y celosamente". Al darse esa afinidad, a menudo he percibido por parte de quienes son interlocutores, una especie de reproche desde una autoimagen de víctimas que no reciben el suficiente respaldo cuando están en el poder e incluso a veces que por eso lo han podido perder. Me parece el mundo al revés, pues como sindicalista siempre tengo conciencia de representar a la parte débil de la que el poder no se acuerda suficientemente. Me gustaría que esas personas que se dedican a la política no lloraran ni se quejaran, sino que tomaran conciencia de que están en el lado del poder (mayor o menor), empatizaran con quien acude con justas reivindicaciones y trataran de ser solventes, incluso en el caso de que el problema no lo puedan resolver a corto o medio plazo. Lo cual con humildad siempre se puede explicar.
Como esto no se suele dar, me resulta muy doloroso participar en reuniones de ese tipo, pues sufro mucho por las tergiversaciones, reproches, insinceridades, prepotencias e incluso faltas de educación.
El culmen de todo esto lo viví mientras el anterior gobierno estaba en funciones, cuando nos recibió un político situado en mis antípodas ideológicas. Además de llegar media hora tarde e intentar esquivarnos, una vez sentados en la mesa y exponer nuestro planteamiento, su respuesta fue: "pues id a quejaros a vuestro gobierno". Con esa frase dejaba claro que no creía en un gobierno para todos, y que al que había entonces lo consideraba el de los otros. Me pareció el colmo del sectarismo, y dejaba claro que si llegaba de nuevo al poder, no pretendía ser el gobierno también para nosotros, sino solo para los suyos.
Posteriormente, en otoño, acudimos a una ronda con todos los sindiatos a la que nos convocaba el consejero del ramo en el que trabajo. Éramos la última organización a la que recibía, y comenzó diciendo que nos citaba en su despacho pero podía haber sido en una cafetería, pues era un primer contacto informal y no podíamos comentarle más de un par de asuntos brevemente, los más urgentes para nosotros, pues tenía prisa. Aunque habíamos preparado a fondo la entrevista, tuvimos que limitarnos a lo que nos proponía y tansmitirle por escrito el resto. Al día siguiente vimos en la prensa el interés de habernos recibido a todos los sindicatos: mencionar a cada uno en una nota de prensa en la que pretendía hacer ver que había dialogado y dado participación a todos. Muy poco solvente, porque además, de las dos cosas que le dijimos y de las que tomó nota, meses después nos consta que ni las ha abordado.
Con algunos cargos más afines, con los cuales he tenido en el pasado relación más estrecha, y a los que he aportado con generosidad lo que estaba en mi mano, he sufrido a veces incluso mal trato, que solo lo entiendo desde quien piensa que las personas y organizaciones le deben pleitesía y sumisión clientelar. Me parece un signo de debilidad y de insolvencia.
Es en este sentido en el que reivindico la palabra solvencia, ojalá la encuentre cuando en lo sucesivo tenga contactos del tipo que he descrito. Yo también trato de vivir esto que predico. 




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