No me siento taurino, pero sin embargo es raro el año que no voy a alguna corrida de toros. Como tantos pamplonicas, si no fuera por los sanfermines, jamás pisaría una plaza de toros.
Soy un espectador del curioso fenómeno que se produce en el coso pamplonés en las tardes sanfermineras. Normalmente yo las suelo dedicar a echar la siesta y a hacer ejercicio antes de salir a dar una vuelta, pero como todos los años hay uno o dos días que nos ofrecen entradas para los toros, no dejo pasar la oportunidad de ver semejante espectáculo. Entre el equipamiento que siempre llevo, además de la nevera con la bebida y la bolsa con el bocadillo, nunca faltan unos prismáticos. Cual James Stewart en "La ventana indiscreta", cambio lo anodino de una de tantas tardes sin nada especial que hacer, por la observación detallada de lo que ocurre ante mis ojos.
Es lo más parecido al circo romano que se puede encontrar en nuestra época. Estamos el populacho, unos más ruidosos y juerguistas, los de sol, y el resto más disueltos entre una masa repartida desde el tendido hasta la andanada. Se hace notar también la autoridad, con su palco engalanado y su corte alrededor. Están también los muy adinerados, sentados en sus sillones de mimbre. Y no faltan tampoco desde acomodadores hasta policías, pasando por sanitarios, vendedores, areneros, pastores, limpiadores, periodistas y músicos. Finalmente hay todo un elenco de personajes relacionados con la lidia: alguaciles, toreros, subalternos, picadores, mulilleros, etc. Completan el cuadro una serie de animales: mulillas, caballos (inteligentísimos si son de rejoneo) y cómo no: toros.
Este último animal ya figuraba en las paredes del palacio de Cnosos, en la isla de Creta, hace 4.000 años, durante la civilización minóica, representado junto a humanos que saltaban sobre él.
Más tarde, el dios Mitra es representado por los romanos como un joven matando a un toro, animal que era utilizado en el circo romano. ¿Quién no se acuerda de la escena de "Quo Vadis" en la que Ursus logra acabar con el toro y salvar a Ligia?
Un breve repaso a la Wikipedia nos recuerda que es en la Edad Media cuando comienza el lanceo de toros por parte de la aristocracia, y en la Edad Moderna encontramos el precedente de las actuales corridas de rejones protagonizadas por nobles. En los últimos siglos van cristalizando las corridas de toros, cuyos actores principales ya no eran nobles sino personajes populares, hábiles en los trabajos de conducción, encierro y sacrificio en los mataderos urbanos de la piel de toro.
Quienes han nacido como yo, en los años 60 del pasado siglo, o antes, han mamado lo taurino en casa, pues al popularizarse la televisión las corridas de toros entraban en los cuartos de estar y eran uno de los principales espectáculos con que entretener las tardes en familia. Mis padres me contaban que recién casados acudían con su silla a casa del único vecino que tenía aparato de televisión para ver la corrida en compañía de toda la vecindad. Más tarde recuerdo que era muy frecuente que la familia entera nos juntáramos ante el televisor para ver torear a Curro Romero, El Viti o el Cordobés. Es por eso que a los de mi generación no se nos hace extraño todo lo relacionado con la lidia, sino que por el contrario, forma parte de nuestros recuerdos más familiares. Hemos sido educados para ver en ella una lucha a muerte entre un animal bravo y un hombre con unas determinadas habilidades, armas, vestimenta, ademanes y todo un ritual donde lo que más le define es la valentía.
Si a esto le añadimos que a la gente de mi generación, incluso a los que hemos vivido siempre en la ciudad, nos ha tocado colaborar en el matatxerri, o ayudar a sacrificar en casa las palomas, pichones, conejos y hasta algún cabrito que nos traían vivos los parientes del pueblo que nos visitaban, veremos que hemos experimentado y asumimos como natural el sacrificio de los animales. En la misma naturaleza estos actúan con violencia para procurarse alimento, y aunque las generaciones jóvenes no suelen tener ocasiones de verlo, la mía se acostumbró a contemplarlo con la serie de televisión "El hombre y la tierra".
Aún así somos muchos los que vemos la tauromaquia como algo con no mucho futuro, dada la creciente actividad de los animalistas y antitaurinos, y la sensibilidad tan alejada de todo esto que predomina en la Unión Europea.
Estoy convencido de que si la plaza de toros de Pamplona se llena, o se llenaba, cada tarde de sanfermines, es a partes iguales por la juerga que se vive en ella y porque la entrada es para la Casa de Misericordia que acoge a tantos ancianos.
Por mi parte, lo que más disfruto de la tarde suele ser el bocadillo, seguido de la observación del curioso fenómeno sociológico que se da en la plaza. Aunque la lidia, y su estética, no me resulta extraña, no tengo mayor interés por ella, y desvío la mirada con frecuencia porque sufro mucho por la integridad de las personas que pueblan la arena y en parte también por los toros, cuya agonía todos en la plaza deseamos que acabe cuanto antes.
Al igual que hicieron mis padres conmigo y mis hermanos, llevándonos a la familia numerosa de las de entonces a presenciar una corrida en la plaza de toros, mi mujer y yo también llevamos a nuestros hijos en una ocasión a la corrida. Fue la vacuna para que no volvieran más, pues o no les gustó o directamente les desagradó. No tenían el bagage de experiencias previas que he relatado. Con ellos la tauromaquia no perdurará. No sufriré por ello, seguro que nuestra ciudad encontrará otros contenidos para que los sanfermines sigan siendo las mejores fiestas del mundo.
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