He releído estos días la columna de Javier Marías titulada "Ni bilingüe ni enseñanza" que publicó hace dos años en El País. En ella calificaba de "locura" y "paleta" la decisión de que los alumnos estudien algunas asignaturas en inglés, y terminaba preguntándose si "no sería más sensato -y mucho menos paleto- que los chicos aprendieran Ciencias por un lado e inglés por otro, y que de las dos se enteraran bien". Siempre que leo opiniones así se me hace presente mi labor docente de un cuarto de siglo con jóvenes adolescentes, actualmente interrumpida por mi dedicación sindical, tratando quijotescamente de volver las cosas a su ser. Pienso en los adolescentes que hoy llenan las aulas y siento lástima de que muchos de ellos ya no se van a enterar bien de la Historia porque en cada vez más colegios se imparte en inglés, en un país que no pertenece a la Commonwealth.
Incluso cuando no podía ni sospechar aún que este locura llegara al colegio concertado donde trabajo, me preocupé y salí a la palestra para advertir del peligro, publicando artículos de opinión. Hoy mi centro está adscrito al Programa de Aprendizaje en Inglés (PAI), y ya se ha oficializado la práctica, iniciada hace más de una década, de enseñar en inglés. Ni el claustro ni el Consejo Escolar hemos podido votar esta medida, por decisión de la dirección del centro, que paradójicamente ha contado con el consentimiento de la consejería de Educación, a pesar de la reciente normativa que exigía votar. Nuca pensé que el cambio tras 20 años de gobierno de UPN fuera a darme estos disgustos, sobre todo teniendo en cuenta lo que me esforcé para que llegara. El alumnado que el curso próximo acabe sus estudios en el colegio será el primero que ha aprendido en inglés desde primero de infantil hasta 4º de ESO. ¿Pero qué sabrá de Historia?
Mi propio hijo, que estudió en una ikastola, también se vio afectado por este problema. Cuando la directora nos anunció en la reunión de padres y madres que en 3º y 4º de ESO se iban a impartir las ciencias sociales en inglés, pedí la palabra y me opuse, explicando que yo mismo daba esa asignatura en otro colegio, y que el nivel no iba a ser el mismo que si la estudiaban en euskera, como había sido con mi hija mayor. Así fue, en los dos años siguientes pude comprobar cómo las ciencias sociales pasaban a ser un mero instrumento para aprender inglés, aportando una temática para las clases de idioma, pero sin lograr el nivel de profundización que es deseable. Total para lograr lo mismo que su hermana: el nivel B1 de inglés a los 16 años. ¿Pero a quién le importa que no se aprenda Historia?
Es indignante escuchar a un coordinador pedagógico (que nunca ha dado clase) pontificar ante todo un claustro diciendo que no importa que las cosas se hagan así, pues la Historia según se aprende se olvida. Todos sabemos además que en las pruebas diagnótico que nos han impuesto desde hace más de una década, la Historia no es evaluada, sino la comprensión lectora, las matemáticas, las ciencias y el inglés. Por tanto, una razón más para no prestarle la atención que merece, y más cuando las temidas reválidas de la LOMCE parece que ya no van a implantarse.
Sin embargo, el hecho de que las nuevas generaciones desconozcan la Historia, estoy seguro de que puede traer graves consecuencias para nuestra sociedad. Algunos seguro que se frotan las manos con semejante logro, me refiero a los neoliberales, que tratan de acabar con todos los logros sociales que se han ido conquistando en los últimos siglos.
Cuando acabé el bachillerato a comienzos de los 80 del pasado siglo, estaba decidido a estudiar filología, dadas mis dotes y mi gusto por el estudio de las lenguas. También barajaba estudiar periodismo e incluso derecho, pero finalmente me decidí por hacer la carrera de Historia. Y en ello pesó sobremanera la célebre definición de Cicerón, atribuyendo a esta ciencia el ser "magistra vitae". Yo ya tenía para entonces muchas inquietudes socio-políticas, y aconsejado por una colega, encontré en la Historia la ciencia social desde la que orientar mi futuro profesional, con el estudio, la investigación y posteriormente la docencia; pero también la maestra que me hacía pisar seguro en mi dilatado compromiso en variadas causas, impulsado por mis convicciones cristianas desde la pertenencia a grupos apostólicos juveniles de Acción Católica.
Nunca me penó la decisión, al contrario. Mi enamoramiento con la Historia, convertido más tarde en amor sereno y fiel, siempre tuvo rebrotes sobre todo cuando cada año recibía a un grupo nuevo de alumnos y trataba de contagiarles mi gusto por esta ciencia. Cuando alguno de ellos me lo recuerda y reconoce, me hace sentirme muy satisfecho.
El tratamiento que las sucesivas leyes han dado a la Historia en las etapas de la educación obligatoria ha ido cambiando. Fue la LOMCE la que promovió un proceso más intenso de participación del personal docente, implicándonos en la elaboración de un proyecto curricular con todos los ingredientes necesarios. La Historia fue ubicada entre las Ciencias Sociales, junto con la Geografía. Si esta última se centraba en Sociedad y Territorio, la primera lo hacía en las Sociedades y el Cambio en el Tiempo. Incluso el último curso de ESO tenía todo un bloque dedicado al Mundo actual, con incursiones en la antropología, sociología, economía, etc. Todo esto nos hizo a los docentes tomar conciencia aún mayor de la importancia de las ciencias sociales y del papel destacado de la Historia en ellas.
Cuando hoy día vemos lo que está ocurriendo en nuestro país con lo que denuncia Marías, no puedo evitar repasar todos los contenidos tan importantes que durante tantos años he transmitido a mis alumnos, y que ya no se están adquiriendo.
En 4º de ESO, y tras un curso entero dedicado a la Geografía, los alumnos comenzaban en septiembre repasando las etapas de la Historia. Para ello nos valíamos de la ciencia auxiliar llamada Cronología, que les afianzaba en la contabilidad del tiempo. En mi colegio, dado que al menos hasta ahora ha sido centro de modelo A de enseñanza del euskera como asignatura, el hilo conductor que nos ayudaba a repasar las etapas desde la prehistoria hasta la actualidad, era el euskera, la evolución de dicha lengua en nuestro territorio.
Posteriormente, en octubre, el estudio se centraba ya en el final del Antiguo Régimen y la entrada de lleno en la Edad Contemporánea, con las revoluciones políticas y la revolución industrial, tanto en el plano mundial como europeo y del estado español a lo largo del siglo XIX. ¿Qué ciudadanos vamos a formar si desconocen los procesos que llevaron a avances tan importantes como los que se dieron en esta etapa?
El estudio de los nacionalismos e imperialismos del siglo XIX, y las tensiones y conflictos a que dieron lugar en el XX, así como el surgimiento de los totalitarismos y sus terribles efectos a nivel mundial, europeo y español, ayudarían a nuestros jóvenes a no repetir los errores del pasado. ¿Pero cómo va a ser posible si ya no se profundiza en ello?
El paso de la segunda guerra mundial a la descolonización y a la guerra fría, del franquismo a la transición, así como la evolución del arte contemporáneo desde Goya hasta las últimas vanguardias, visto desde el plano más universal hasta el local, es de estudio imprescindible si queremos tener un sentido cívico que valore lo conseguido e impida que retrocedamos individual y socialmente. Y tengamos en cuenta que el alumnado que va a ciclos de grado medio ya no tiene más esta asignatura.
Toda esta labor no es fácil de realizar. La innovación metodológica nos llevó a varios compañeros a reivindicar, proyectar y por fin instalar en nuestro centro un aula de ciencias sociales concebida como una taller de investigación, en la que transcurrieron nuestras clases durante años, hasta que una decisión empresarial la desmanteló sin siquiera consultarnos a los docentes implicados.
Toda esta labor no es fácil de realizar. La innovación metodológica nos llevó a varios compañeros a reivindicar, proyectar y por fin instalar en nuestro centro un aula de ciencias sociales concebida como una taller de investigación, en la que transcurrieron nuestras clases durante años, hasta que una decisión empresarial la desmanteló sin siquiera consultarnos a los docentes implicados.
Es claro que quienes detentan hoy el poder no tienen ningún interés en que la ciudadanía profundice en todos estos saberes, pero me llama la atención que entre los distintos poderes públicos todavía hoy emanados de la soberanía popular, no haya ninguno que reivindique estas mismas cuestiones. También echo en falta que colegas míos reaccionen ante semejante error, y escribo esto para ayudar a sacarlos del letargo, el derrotismo y la apatía.
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