Toda persona, en su proceso de maduración, necesita tarde o temprano, confrontar con su familia. A eso le llaman los psicólogos "matar a los padres", que nos han transmitido una forma de vida, pero de la cual los hijos nos distanciamos eligiendo caminos diversos en aspectos tan variados como lo profesional, la orientación sexual, lo religioso o lo ideológico. Y así, de padres católicos tradicionales, hemos visto salir hijos ateos, de padres homófobos hijos homosexuales, de progenitores rurales hijos urbanitas.
Sin embargo en lo ideológico, creo que suele ser bastante menor el distanciamiento entre generaciones dentro de la misma familia, y más en un país como el nuestro, donde no se supo digerir bien la modernidad, y por lo tanto ante cualquier discusión, en vez de darse el contraste civilizado de pareceres, derivamos rápidamente hacia el enfrentamiento y la descalificación personal. La misma sociología electoral nos muestra cómo a lo largo del tiempo se mantienen más o menos constantes las tendencias de voto en las zonas con unas determinadas características perdurables. Y es que es muy difícil salirse del carril marcado.
Por eso es muy frecuente ver a políticos de izquierda o nacionalistas vascos que son hijos o nietos de los perdedores de la guerra civil, y a políticos de derecha que lo son de los ganadores. ¡Qué fácil lo tienen en términos psicológicos! Lo que no es tan habitual es participar en la cosa pública desde parámetros diferentes a los del clan al que perteneces, y exige un gran esfuerzo por llevar a cabo lo que se conoce en psicología como "matar a los padres".
En mi caso lo puedo certificar, pues es muy costoso provenir del franquismo sociológico tan extendido en nuestra sociedad, aunque no lo parezca, y actuar en línea contraria. A pesar de que hayan transcurrido tantos años desde la muerte en la cama del anciano inquilino de El Pardo, siguen resonando en muchas cocinas los ecos del escarmiento a que sometió a varias generaciones que aún sobreviven: "siempre será mejor estar a bien con los que manejan el dinero" (y eso la derecha lo hace a las mil maravillas), "no conviene significarse en lo sindical o político" (miedo atávico a acabar mal), "todos los políticos son iguales" (por eso más vale que nos sigan gobernando los de siempre), "la independencia nunca la van a conceder, y menos que nadie Francia" (así que más vale sentirse españoles o franceses).
Recientemente se ha publicado el último navarrómetro, y el genial humorista gráfico Oroz lo plasmó así en su tira del 7 de diciembre pasado. Resulta que un nada despreciable 45,1 % de los navarros se sienten identitariamente sólo navarros, pero políticamente Oroz nos los presenta en una especie de erial o desierto donde sólo pulula alguna mata de polvo y alguna calavera de vacuno. Hay otro 20,1 % que se siente vasco-navarro, y un 5,4 % vasco, y Oroz nos los muestra atendidos por el portavoz de EH Bildu y la presidenta Barkos. Finalmente hay un 8,9 % que se siente español y otro 6,8 % que se siente navarro-español, y a todos estos los veíamos en la viñeta asistidos por los portavoces de UPN, PSN y PP.
Lo genial de la viñeta radica en la capacidad para representar gráficamente algo tan complejo de explicar pero tan cierto. En ese 45,1 % que se sienten sólo navarros hay todo un potencial enorme para alumbrar una nueva sociedad más tolerante, plural, diversa e integradora del legado común cultural y lingüístico vasco en la médula de lo navarro, siempre que se sepa evolucionar desde lo dado hacia lo nuevo por hacer.
Cada persona tiene que hacer su recorrido. Es muy común en Navarra tener antepasados y apellidos euskaldunes y a la vez no haber tenido más que un anecdótico contacto con el euskera en la familia, la escuela o la vida social o laboral. Es muy típico de los valles más septentrionales de la llamada zona vascófona que sus habitantes carezcan de una identidad étnica, pues aunque hablen euskera tienen una conciencia escasa. En la sociología de muchos navarros pesa aún el haber sido educados en un catolicismo de cruzada (humus para el fundamentalismo religioso) que viene de muy atrás, pues en el mundo somos conocidos por haber tenido sucesivas guerras civiles desde mediados del siglo XIX, con la consiguiente justificación de la utilización de la violencia para fines políticos. Es verdad que desde los años 60 del siglo pasado hubo una apertura con el Concilio, los curas obreros, la HOAC, la teología europea y más tarde latinoamericana. Sin embargo todo esto ha sido laminado en las últimas décadas, antes de la llegada del actual papa, que está por ver si conseguirá virar el rumbo del transatlántico.
En mi caso tuve la suerte de toparme, en unos años decisivos para mi biografía, con personas que desde ámbitos eclesiales a veces hasta extremos (desde un peculiar catedrático de la Universidad de Navarra que nos daba monográficos sobre Vasconia o Euskal Herria, hasta la Iglesia popular de base en la que me integré), me aportaron claves para descubrir mi adscripción a las identidades colectivas, tanto étnica, como de clase o nacional. Mi proceso fue más que nada constructivista, por conciencia y deseo de pertenencia, y no tanto esencialista, aunque en mí hubiera de siempre rasgos objetivos étnicos y de clase que no podía negar.
Todo eso hizo que ya desde joven me significara en la cosa pública, con el soporte permanente de un grupo integrado en los movimientos juveniles de Acción Católica; con la mejor de las metodologías enfocadas al compromiso, aquella que parte de la acción para reflexionar y volver a la acción; con un proceso pedagógico de sucesivos descubrimientos (del grupo, realidad, acción transformadora, movimiento) que hicieron de mí un militante. En mi edad adulta, y una vez transcurridos los años más retirados de la crianza, me volvió a sacar a la palestra la indignación que me produjo la deriva antivasca del Régimen imperante en Navarra, y las repercusiones que me llegaron a afectar en lo laboral, social, cultural, y lingüístico. Todo ello se vio agravado por las consecuencias de una crisis como no se había visto otra desde 1929, que me llevaron a significarme también en lo sindical.
Junto al esfuerzo de "matar a los padres" que tuve que hacer en mi caso, hubo otro factor que me ayudó sobremanera a atreverme a salir a la plaza pública en el único territorio de Europa con actividad terrorista, y ese fue el fin del uso de la violencia por parte de la banda armada. Pero esto será motivo de otra entrada.
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