Hoy he leído un artículo de Ramón Aymerich titulado "Por qué corren todos hacia la derecha", que me ha parecido muy sugerente, pero que me ha puesto ante el espejo, mostrándome a mí mismo a contracorriente durante la última década, en que me he desplazado más hacia la izquierda, si cabe.
Aymerich comienza mencionando dos localidades muy afectadas por la crisis de 2008, que me han recordado al barrio de Pamplona donde tengo mi puesto de trabajo, y en el que daba clase por aquellos años. Yo también coincido con el autor en que en todas partes hay un antes y un después de 2008, en mi misma trayectoria es muy clara la ruptura.
Como docente, pude percibir enseguida la ansiedad por la posible pérdida de estatus, que traslucían algunos de mis alumnos, que al ver amenazada su seguridad económica, comenzaban a sobrevalorar los rasgos culturales, la nacionalidad, la etnia...A ello les inducían grupos ultras que se introducían en los barrios más populares, repartiendo cd-s con discursos y canciones nazis. Alguno hasta llevaba la cabeza rapada y vestía camiseta de tirantes y botas con puntera metálica, hasta que la dirección del colegio se lo prohibió. Los atentados que un grupo llamado Falange y Tradición cometía por aquel tiempo en monumentos navarros a la memoria de los represaliados por el bando sublevado en la guerra civil, no les parecían terrorismo.
En un aula donde había unos 7 alumnos venidos de otros países (Perú, Ecuador, China, Moldavia, Bulgaria, Marruecos), este alumnado xenófobo decía que sus compañeros de clase les venían a quitar el trabajo. Tenían razón en que al ser un grupo con un rendimiento escolar bastante bajo, algunos provenientes de familias desestructuradas, el alumnado de origen extranjero que se esforzara y estudiara, fácilmente podía en un futuro acceder a un empleo medianamente digno, a diferencia de ellos. Pero no porque les quitaran el trabajo, sino porque ellos siempre iban a ir por detrás en méritos.
Alegaban como su gran mérito el ser españoles. Yo, que impartía Ciencias Sociales, y en 3º de ESO Geografía física y humana, profundizaba en el tema de las migraciones. Les hacía traer un árbol genealógico con el origen de sus padres y abuelos. Cuando toda la clase comprobaba que solo 4 ó 5 teníamos todos o casi todos los abuelos navarros, porque unos los tenían de Andalucía, Extremadura, Castilla-León o Galicia, y otros de los países antes mencionados, yo les hacía reparar en las causas y también en los tipos de migraciones que aparecían en el libro de texto: interiores o nacionales y externas o internacionales. Y les decía que sus abuelos y/o padres eran migrantes. El grupo xenófobo saltaba como un resorte y expresaba que ellos eran españoles. Entonces yo recurría a una compañera docente a la que todo el alumnado apreciaba mucho, que venía al día siguiente y les cantaba una tonadilla que cuando era una niña en los primeros 60 del siglo XX se cantaba en su pueblo de la comarca de Pamplona mientras se saltaba a la cuerda: "Andaluz, muerto de hambre..." Tras oír esto les preguntaba que cómo se sentirían quienes vinieron en los 60 a trabajar a Navarra desde otras zonas de España. Se quedaban mudos.
Sin embargo perseveraban, pues la propaganda que se ejercía sobre ellos no cesaba, tal y como denunciaba por entonces el Movimiento contra la intolerancia. Así, en 4º de ESO, mi práctica docente chocaba con frecuencia con ellos. Pues un día me ponían en un examen que Franco fue un gran hombre que hizo mucho por España, o que Hitler tuvo un gran mérito por construir miles de kilómetros de autopistas. Yo les bajaba la nota, si no en los apartados de conceptos o de procedimientos, que a menudo también, sí desde luego en el de actitudes y valores. Cuando a veces venían a protestar hasta los padres de algunos de ellos, les mostraba los criterios de evaluación, y cómo era mi obligación valorar el aprecio por la democracia y la defensa de los derechos humanos. Recuerdo a un padre, cuyo hijo era brillante, que me increpó duramente, y se preguntó si con Franco no vivíamos mucho mejor, para después ir al director del centro a quejarse.
Aparte de la escuela, pero en aquella misma época, mi desazón fue máxima cuando el 19 de diciembre de 2009 tuve ocasión de cenar en petit comité con el nuevo arzobispo de mi diócesis, destinado a Navarra después de ser arzobispo general castrense, y oírle decir nada más empezar la velada que el principal problema de Europa era la amenaza del gran reemplazo. Me esforcé en rebatirle aludiendo a mi experiencia con alumnado magrebí, masculino y femenino, apuntados por sus padres en un colegio concertado de Iglesia como el mío, matriculados en el Modelo A de euskera como asignatura, que a veces ni elegían la alternativa a religión cristiana, o si no hacían trabajos de valores éticos junto a sus compañeros de clase. No le hice vacilar, estaba muy adoctrinado, en cumbres de obispos de la OTAN incluidas. No había que facilitar mezquitas en los pueblos, había que dar marcha atrás en todo este tema. No volví nunca más a cenar con él mientras estuvo en el cargo, se me hacía insoportable. Ojalá el nuevo obispo que nos ha enviado el papa Francisco nos haga olvidar el largo invierno eclesial del que nos habló Codina ya en 2006, y podamos vivir una nueva primavera. Lo espero, tras entrevistarme con él recientemente.
Los salvajes recortes que la Troika impuso al presidente R. Zapatero y sus sucesores, con cambio del artículo 135 de la CE 78 incluido, me llevaron, entre otras razones, a afiliarme a un sindicato de contrapoder, que posteriormente me propuso liberarme para el sector en el que trabajo. Eso me alejó de la docencia desde septiembre de 2013, y no he sido testigo directo, aunque me han llegado ecos, de cómo se vivió en las aulas ese modo de ganar la hegemonía cultural por parte de la extrema derecha, con la declaración de guerra a lo políticamente correcto, rompiendo las reglas de juego y sorprendiendo, aborreciendo de las políticas feministas, como señala Aymerich.
Hasta 2015 me impliqué en cuerpo y alma en que llegara el Cambio a mi comunidad, después de 19 años de gobierno de la derecha. Y desde ese año, en que dicho Cambio fuera de verdad, aun a costa de desilusiones, e incluso de represalias de propios y extraños. En esta última década he estado dedicado a la acción sindical (incluida su vertiente política) de contrapoder, en una lucha sin cuartel dentro de un sector muy difícil como es la enseñanza concertada, en mi caso más si cabe, al ser yo cristiano activo. Mi posicionamiento con los últimos, en contraposición a los fuertes y poderosos que dominan las relaciones laborales, sigue firme a pesar de la dureza de la batalla y de los años que voy cumpliendo.
Tras leer hoy a Aymerich, una compañera de fatigas me ha hecho ver que vamos a contracorriente, mientras casi todo el mundo corre hacia la derecha.
El 9 de junio también vamos a votar a contracorriente, nos va mucho en ello.